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Imagen genérica de una pareja en actitud cariñosa mientras toman un vino

© Cottonbro vía Pexels

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Una mentira que sin duda es verdad

Por Ana Gómez Pérez-Nievas (@paisdejarl), responsable de Medios en Amnistía Internacional,

Liar, una serie que me recomendó, cómo no, una amiga, mordiéndose los labios para no hacerme spoilers, analiza las dificultades que tenemos, siempre, las mujeres para que nos crean.

No quiero empezar con los tópicos con los que comienzan muchas críticas: chico conoce chica. Pero es que la serie arranca así. Y ese es el inicio y el fin para muchas mujeres, desgraciadamente. Así pues, chico, que además es un hombre de buena posición social, un cirujano atractivo y bien vestido, conoce a chica, que es una mujer que acaba de salir de una relación y que, de primeras, parece que tiene un pasado turbio (porque, ¿qué mujer en su sano juicio pasados los 30 deja a un hombre más o menos decente para quedarse sola?). Y quedan. Por qué no van a quedar, si están solteros los dos, y él es viudo, pobre. Él sí merece rehacer su vida.

Y no desvelo nada si te digo esto porque así es como empieza la serie: Laura (Joanne Froggatt), profesora de un colegio británico, y Andrew (Ioan Gruffudd), padre de uno de sus alumnos, y, como digo, un cirujano exitoso, guapo y elegante, quedan para ir a cenar a un restaurante. Al terminar la cena, donde ha habido risas y miraditas, él la acompaña a casa y, cuando deciden separarse, él anuncia que no tiene batería para llamar a un taxi, así que ella accede a dejarle pasar a cargarlo. Toman vino y a partir de ahí todo se nubla. A la mañana siguiente, mientras Andrew está relatando la noche a un amigo insistente al que le cuenta lo bien que lo ha pasado, la profesora narra una historia bien distinta: ha sido violada por el cirujano.

“Hay que verla porque se adentra en los bajos fondos de un hijo sano del patriarcado: aquel que se muestra ante la sociedad como un ciudadano ejemplar, pero que considera que el consentimiento es patrimonio del hombre, especialmente si ella ha “accedido” a los primeros pasos

Como feminista, mi tendencia desde el principio fue a creerla a ella: en Amnistía Internacional sabemos bien cómo funciona el laberinto de prejuicios, estereotipos, trabas policiales y judiciales, incluso médicas, para que se crea a una mujer que denuncia violencia sexual. En España, además, las víctimas se enfrentan, en momentos especialmente traumáticos, a una falta de información acerca de cómo proceder si han sido objeto de algún tipo de violencia sexual, que ellas mismas tienen que buscar y que depende de la comunidad autónoma en la que se encuentren. Como lectora de libros como Creedme, por el que Christian Miller y Ken Armstrong ganaron el premio Pulitzer en 2016, y aunque sucede en otro país bien distinto, Estados Unidos, no tuve dudas: por muchas incongruencias en el relato, por muchas dificultades a la hora de encontrar pruebas que demuestren la violación, lo cierto es que son muy pocas las denuncias falsas.

Pero también, por qué no confesarlo, me sorprendió la seguridad con la que ella cuenta lo que cree que ha sucedido, a pesar de no recordarlo. Y también la valentía con la que afronta una búsqueda incesante y vengativa para dar a conocer la verdad, para que se haga justicia y evitar que otras mujeres tengan que pasar por lo mismo. Lo que pasa es que todas conocemos nuestro cuerpo, o deberíamos, como para saber si algo no está bien. Y a pesar de todo, la serie te va llevando por unos derroteros en los que empiezas a dudar de tus propias creencias, y las mentiras se convierten en verdad, o verdades a medias, y las verdades en mentiras, y aunque pronto conoces un hecho, el desencadenante, te encuentras buceando en otros que también son relevantes y que contienen el telón de fondo de lo que la violencia de género implica para todas las mujeres, y, aunque en menor medida por supuesto, para los hombres.

Imagen de una mano que tiene escrita la palabra LIAR

© Jasmine Thompson

Por qué hay que verla

Hay que verla porque se adentra en los bajos fondos de un hijo sano del patriarcado: aquel que se muestra ante la sociedad como un ciudadano ejemplar, pero que considera que el consentimiento es patrimonio del hombre, especialmente si ella ha “accedido” a los primeros pasos. Porque, claro, él no es como otros depredadores.

Hay que ver la serie porque profundiza en por qué es tan difícil creer a una mujer, a cualquiera, con respecto a lo fácil que resulta casi siempre creer a un hombre”

También porque lo hace con un sigilo y, a la vez, con un ritmo trepidante que consigue que te olvides de que el tema es amnistioso-feminista y te concentres en que estás viendo una serie de ficción. Y con unas interpretaciones tan buenas como para que les creas a los dos. Aun sabiendo que a los dos es imposible creer. Y, por supuesto, porque el paisaje de Kent, con esos planos de las marismas del estuario de Blackwater (Essex) y los de la ciudad de Deal, siempre con el mar como espía y testigo, en un año en el que apenas hemos podido viajar, liberan un poco la mente.

Pero, sobre todo, porque la serie profundiza en por qué es tan difícil creer a una mujer, a cualquiera, con respecto a lo fácil que resulta casi siempre creer a un hombre. Y es que basta ya: la ropa de la víctima, la hora en que se produjo la violación, si había bebido o no, su nacionalidad, nada de esto puede servir de excusa para mirar donde no hay que mirar, o para mermar su credibilidad cuando llegan a comisaría a poner una denuncia, o cuando son atendidas en un hospital por personal forense. Como dice Amnistía Internacional: “La suerte de la víctima no puede depender de la sensibilidad de la persona que la reciba”.

En Reino Unido, donde se desarrolla la serie, el 14% de las mujeres ha sufrido algún tipo de violencia sexual desde los 15 años, ya sea por parte de una pareja íntima o de otra persona, según datos de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (UE). Esto está por encima de la media comunitaria, que se sitúa en torno al 11%, lo que coloca al Reino Unido entre los cinco países con mayor prevalencia de violaciones. Y eso que, como muestra la serie, existen centros de crisis como los que exigimos en España, para atender a las víctimas.

Hace poco, mi hermana, que vive en Londres desde hace siete años, me contaba indignada cómo habían vivido sus amigas y ella el crimen de Sarah Everard, secuestrada y asesinada presuntamente por un policía en una calle cerca de donde trabaja mi hermana y por la que muchas de sus compañeras pasan a menudo. Y no solo era indignación, también por las vigilias que la policía metropolitana suspendió. Era rabia, porque sigue pareciendo que la violencia de género es una cosa inventada, exagerada, sobreactuada, una suma de pequeños malos actos en lugar de un sistema que se alimenta, engorda y crece gracias a grandes y también minúsculos colaboracionistas.

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