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Fotografía de la pequeña Safaa, de ocho años, que murió tras recibir disparos de soldados egipcios. © Particular

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"Mi hija se estaba desangrando, pero ellos no llamaron a una ambulancia"

Por @M_Elmessiry, investigador de Amnistía Internacional sobre Egipto,

Un refugiado sirio en Egipto cuenta a Mohamed Elmessiry, investigador de Amnistía Internacional sobre Egipto, cómo las fuerzas de seguridad egipcias dispararon y dejaron morir a su hija.




Cuando paró el tiroteo, oí gritar a mi hija Safaa, de ocho años: '¡mi corazón, mi corazón!'. Yo no sabía lo que estaba ocurriendo. Le quité el salvavidas que llevaba puesto. Había recibido un disparon en la parte derecha del estómago y [la bala] había salido por el otro lado.
"Soy sirio y llevo casi tres años viviendo en Alejandría (Egipto). Mi familia está inscrita en la oficina local del ACNUR [la agencia de la ONU para los refugiados]. La vida en Egipto es insoportable. En mi familia somos nueve: mi esposa, mis siete hijos de entre 2 y 16 años, y yo. No puedo costear la vida en Egipto, pues estoy prácticamente sin trabajo y tenemos un acceso limitado a la salud y a la educación. Por eso pagué a traficantes para que nos llevasen a mi familia y a mí a Europa.

El 6 de agosto de 2015 por la noche llevé a mi familia a Baltim [un completo turístico costero de Egipto], donde nos encontramos con los traficantes. Éramos un grupo de 96 refugiados y migrantes, incluidos sirios, sudaneses y eritreos. También había egipcios entre nosotros. Supuestamente nos iban a meter a todos en un bote que nos llevaría a Italia Sin embargo, ese mismo día las autoridades egipcias celebraban la apertura de la nueva ampliación del canal de Suez, por lo que se había intensificado la presencia de las fuerzas de seguridad en todas las fronteras costeras del país. Ni un insecto habría podido cruzar el Mediterráneo aquel día; la policía y el ejército estaban por todas partes.

Los traficantes nos llevaron en automóviles por una carretera que salía de Baltim y nos dejaron cerca de la costa, en Borg el Borolos, a eso de las dos de la madrugada. Caminamos unos 30 o 45 minutos para llegar a la costa. Cuando estábamos cerca de la costa, aparecieron a nuestra derecha unos cinco soldados que gritaron: ¡Deténganse o les disparamos!'. Nos detuvimos y nos echamos al suelo, pero los soldados efectuaron varios disparos al aire y en nuestra dirección. Algunas personas huyeron y se pusieron a salvo.

Cuando paró el tiroteo, oí gritar a mi hija Safaa, de ocho años: '¡mi corazón, mi corazón!'. Yo no sabía lo que estaba ocurriendo. Le quité el salvavidas que llevaba puesto. Había recibido un disparo en la parte derecha del estómago y [la bala] había salido por el otro lado. Empecé a gritar y rogué a los soldados que llamasen a una ambulancia para que socorriera a mi hija. Los soldados no llamaron a la ambulancia y mi hija siguió desangrándose. Se limitaron a comunicarse por radio con oficiales militares para que acudiesen al lugar. Supliqué a los soldados una y otra vez pero, en vez de traer una ambulancia, uno de ellos me dio una patada.

Mi esposa se levantó y les pidió a gritos que ayudasen y llamasen a una ambulancia. Uno de los soldados le apuntó con un arma a la cara, le dijo que se sentase en el suelo y empezó a disparar al aire para asustarnos. Mi hija de dos años entró en pánico y empezó a llorar y a temblar por el ruido de los disparos. Los soldados no dejaban de maldecirnos, insultando a los niños y a las mujeres con palabras como 'putas'.

Seguí pidiendo ayuda a gritos mientras tenía en brazos a mi hija, y en esto un soldado se acercó y la tanteó con el pie para ver si estaba viva o muerta. ¡Mi hija se moría y él le daba con el pie!".


En ese momento del relato, el padre se echó a llorar y la conversación se interrumpió hasta que pudo seguir.

Seguí pidiendo ayuda a gritos mientras tenía en brazos a mi hija y en esto un soldado se acercó y la tanteó con el pie para ver si estaba viva o muerta. ¡Mi hija se moría y él le daba con el pie!
"Entonces el soldado me dijo: 'deberías agradecer a Alá estar vivo; en estos momentos podrías estar muerto'. Los soldados llamaron a los oficiales por radio para que acudiesen al lugar en el momento en que nos detuvieron, pero los militares tardaron unas tres horas en llegar. Mientras tanto, mi hija se desangraba y se retorcía de dolor en la arena. Yo quería poner fin a su dolor pero no podía; hubo un momento en que pensé en decir a los soldados que le dispararan para que no sufriera más. Alrededor de las cinco y media de la madrugada llegaron los oficiales militares y me llevaron a mí, a mi hija y a otras dos personas heridas en un vehículo al hospital de Baltim, donde falleció mi hija.

Los que no logramos escapar a la redada fuimos trasladados a centros de detención policiales de Baltim. Estuve detenido durante 11 días en la comisaría de policía de Borg el Borolos junto con otras 48 personas, incluidos al menos 15 niños de entre 6 meses y 18 años. Tres días después de la detención, me interrogó un fiscal por migración irregular. El fiscal ordenó nuestra puesta en libertad, pero permanecimos recluidos otros ocho días a la espera de la autorización del Departamento de Seguridad Nacional, perteneciente al Ministerio del Interior. El 17 de agosto por la noche, los otros detenidos sirios y yo quedamos en libertad.

El 13 de agosto, la policía me sacó de la prisión para entregarme el cadáver de mi hija, de modo que pudiera enterrarla. Un agente me escoltó en transporte público a la morgue, donde me entregaron el cadáver. No estaba presente ningún militar para ayudarme a enterrarla, ni siquiera para acompañarme en el duelo, pese a que eran responsables de su muerte.

El agente de policía fue amable y me dijo: 'no se preocupe, si no hay nadie para ayudarnos a enterrarla; la enterraremos nosotros con nuestras propias manos y yo le ayudaré'. Fuimos a la mezquita a rezar por mi hija. La gente de la mezquita tuvo la amabilidad de ayudarme a llevar a mi hija al cementerio musulmán de Baltim, donde le dimos sepultura. El cuerpo fue enterrado tras pasar seis días en la morgue, en contra de lo que estipula el islam.

La autoridad forense realizó una autopsia, pero yo no he visto el informe. He oído que se está investigando a los soldados y que dos de ellos están detenidos.

Ahora mi esposa se pasa todo el día llorando o durmiendo. Está traumatizada y no es capaz de aceptar el hecho de haber perdido a su hija. Yo no puedo quitarme de la cabeza la imagen de mi hija muriendo en mis brazos mientras los soldados la dejaron desangrarse durante tres horas sin llamar a una ambulancia. No podré olvidarlo nunca.

Mis hijos se echan a temblar cuando ven soldados. Mi hija de dos años grita y se pone a temblar si ve un soldado. No puede olvidar el incidente y está traumatizada. Mis hijos ni siquiera quieren ir a la escuela. Me resulta imposible describir cómo nos sentimos. Ahora solo deseo una cosa en este mundo: salir de este país. La vida es insoportable.

He intentado acudir a numerosos canales de televisión egipcios y a otros medios de comunicación del país para denunciar mi caso, pero me han dicho que criticar el ejército egipcio es una línea roja que no puede cruzarse".


fiscalía militar de Tanta ha abierto una investigación sobre la muerte de Safaa,





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