Rara vez escuchamos de primera mano el relato de quienes languidecen condenados a muerte en Irán. Pero ha aparecido una carta de Hamed Ahmadi, un hombre ejecutado el miércoles 4 de marzo tras un juicio manifiestamente injusto. Nos ofrece una excepcional mirada sobre la agonía que soportan estos presos, que saben que todo está a punto de terminar.
Hamed Ahmadi, Jahangir Dehghani, Jamshid Dehghani, Kamal Molaee, Hadi HosseiniSediq Mohammadi moharebeh
Fotografía de la mujer y la hija de Hamed Ahmadi. © Particular
Intenté pensar en los buenos recuerdos para levantarme el ánimo, pero es difícil pensar en la felicidad cuando estás a solo un paso de la muerte. Cuando llegamos, nos sacaron del autobús y tiraron nuestras pertenencias al suelo. Estaba lloviendo y el suelo estaba embarrado. Sustituyeron nuestras esposas metálicas por otras de plástico; las ataron tan fuerte que las manos de algunos compañeros comenzaron a sangrar. Nos quitaron la venda de los ojos y nos llevaron a una habitación cuyas paredes estaban llenas de notas escritas a mano por personas del corredor de la muerte que habían sido llevadas a este mismo lugar antes de su ejecución. Nos lavamos para la oración y empezamos a rezar buscando paz y consuelo.
Pero pasaron 45 días. Cada día pensábamos que podían ejecutarnos al día siguiente, pero nadie venía a buscarnos. Nos acercamos a la muerte 45 veces. Dijimos adiós a la vida 45 veces.
Empecé a preguntarme si vería de nuevo a mi hija. Cuando nació no pude estar a su lado. Le rogué a Dios que diera paciencia a mi familia y deseé que al menos me dejaran despedirme de ella.
La puerta se abrió. Nuestros corazones empezaron a latir muy fuerte. La pesadilla de la muerte se estaba haciendo realidad. Nos separaron a unos de otros. Nuestro ánimo se hundía y crecía nuestro miedo. El tiempo pasaba más lento que nunca antes en nuestras vidas. La noche anterior, la televisión había emitido un documental sobre nosotros. Todo el mundo opinaba que era una señal de que nuestra sentencia se ejecutaría pronto.
Pero pasaron 45 días. Cada día pensábamos que podían ejecutarnos al día siguiente, pero nadie venía a buscarnos. Nos acercamos a la muerte 45 veces. Dijimos adiós a la vida 45 veces.
Y justo cuando empezábamos a tener esperanzas de que no iban a ejecutarnos, cuando empezábamos a pensar otra vez en la vida, anunciaron que nuestros nombres constaban en la lista de transferidos a la cárcel de Raja'i Shahr. De nuevo la pesadilla de la muerte. Otra vez se repetía la imagen de un hombre colocándonos una soga alrededor del cuello. Nos dieron unas ropas azul claro, que son para quienes van a ser ejecutados. La imagen de la escena de la ejecución no me abandonó ni un segundo. Pasaron tres días.
Estaba completamente desorientado. Mi cerebro ya no funcionaba.
Me permitieron telefonear. Mi hermana empezó a llorar nada más oír mi voz: "¿Estás vivo? El diputado por Sanandaj, Salar Mohammadi, llamó y nos dijo que los 10 habíais sido ejecutados". Habían celebrado un funeral en nuestra memoria.Golpeé la puerta sin parar, pidiendo a gritos que alguien viniera a responder a mis preguntas: ¿Por qué estamos aquí? Mi familia está preocupada. Permitidme al menos que haga una llamada. Finalmente, me permitieron telefonear. Mi hermana empezó a llorar nada más oír mi voz: "¿Estás vivo? El diputado por Sanandaj, Salar Mohammadi, llamó y nos dijo que los 10 habíais sido ejecutados" . Habían celebrado un funeral en nuestra memoria.
Entonces llamé a mi hermano. Estaba delante de la cárcel. Le pregunté si había oído algo de las otras seis personas que no estaban con nosotros. Lloró y dijo: Los han colgado hoy y no han entregado los cuerpos. Perdí el control y empecé a llorar y a gritar. Los hombres con quien había compartido celda durante tres años y medio ya no estaban en este mundo. No podía creerlo. Me sentí hundido y destrozado. Ninguno de ellos pudo ni siquiera decir adiós a su familia.
La ejecución nos perseguía a mí y a mi familia cada segundo. Mi familia era ejecutada conmigo una y otra vez. Si un solo día no tenían noticias mías, venían inmediatamente a la cárcel pensando que habían terminado con nosotros... Nos mantuvieron en esta situación, en la que cada minuto nos sentíamos con la soga al cuello.