Se dice mucho eso de que el coronavirus está sacando lo mejor y lo peor de todo el mundo, y esto incluye, claro que sí, a algunos mandatarios.
En Turkmenistán, uno de esos países opacos de los que se sabe poco, el p residente Berdimujamédov ha decidido hacer suyo eso de que lo que no se nombra no existe, y se ha prohibido el uso de la palabra “coronavirus”. Según la escasa información que sale del país, la persona que la nombra se arriesga a ser detenida. Esta misma lógica es la que les hace afirmar que no tienen a nadie enfermo por COVID-19, a pesar de hacer frontera con Irán (un país muy afectado por la pandemia), o de que uno de sus principales aliados comerciales sea China. No hay palabra, no hay problema.
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En Turkmenistán, el presidente ha decidido hacer suyo eso de que lo que no se nombra no existe, y ha prohibido el uso de la palabra “coronavirus".
”Olatz Cacho, Amnistía Internacional
Otro país clásico en cualquier ranking sobre censura es China. Aquí el coronavirus está agudizando la ya afilada imaginación del gobierno y de sus netizens (ciberciudadanos y ciudadanas) y, entre ambos, van creando un nuevo diccionario para nombrar lo innombrable y crear significados paralelos.
Así “F4”, nombre de una boyband taiwanesa muy popular, ahora también hace referencia a cuatro políticos regionales (el gobernador de la provincia de Hubei, el secretario del Comité del Partido Comunista de Hubei, el alcalde de Wuhan y el secretario del partido en Wuhan) a los que muchas personas responsabilizan de la extensión masiva del brote.
En ZhiHu (sitio web chino de preguntas y respuestas) se eliminó un post que preguntaba “cómo lavar bien una botella de cuello estrecho” porque la pronunciación en chino de “botella de cuello estrecho” es similar a la del nombre del presidente Xi Jinping, detalle que no pasó desapercibido a la censura. Igual es un método del gobierno para que su población mantenga la agudeza mental #ModoIrónicoOn.
Un policía indio se encuentra junto a un grafiti pintado para crear conciencia sobre el coronavirus en Gauhati, India, el 15 de abril de 2020. © AP/Anupam Nath
La pandemia también está siendo buena para que algunos lleven su agenda un poquito más allá. En un “aprovecho que el Pisuerga pasa por Valladolid”, en Bolivia se ajustó la ley para poder meter en la cárcel a quienes critican las medidas gubernamentales.
En Hungría, el gobierno de Viktor Orbán consiguió la aprobación de una nueva ley que le permite gobernar por decreto de forma indefinida y sin supervisión, y que tiene amplias disposiciones para restringir la libertad de expresión. Mientras que, en Camboya, las medidas de emergencia que se quieren aprobar incluyen la vigilancia tecnológica y la censura. Sobre vigilancia, macrodatos, privacidad e inteligencia artificial recomiendo este post.
Párrafo propio se merece el gobierno de Vladimir Putin, que por un lado aprueba una ley para evitar la expansión de las "fake news” en Rusia y, por otro, las promueve hacia al exterior. Según la Unión Europea, suyos son los bulos de que la pandemia era un arma biológica desarrollada por Estados Unidos, Reino Unido y la oposición bielorrusa, que el Papa Francisco tenía coronavirus o que la situación estaba siendo exagerada por laboratorios farmacéuticos para hacer negocio. Aquí el objetivo es no tanto vender una idea como llenar el espacio de mentiras que generen confusión y duda. Y aunque es positivo que cualquier gobierno luche contra las noticias falsas, no lo es si lo hacen en un lenguaje tan vago y amplio como para colar cualquier abuso y tampoco si ya han anunciado que permanecerán en vigor tras la pandemia. Este es el caso de Rusia, donde la excepcionalidad se va a quedar como norma.
“El objetivo es no tanto vender una idea como llenar el espacio de mentiras que generen confusión y duda”
Olatz Cacho, Amnistía Internacional
Otra forma de represión en la que caen muchos mandatarios es la de “matar” al mensajero o mensajera. Esta categoría está liderada por el médico chino Li Wenliang quien, a finales de diciembre de 2019, alertó a sus colegas médicos de Wuhan sobre pacientes con síntomas parecidos al brote del síndrome respiratorio agudo grave que comenzó en el sur de China en 2002. Las autoridades locales lo silenciaron de inmediato y lo castigaron por “difundir rumores”. Li Wenliang acabó falleciendo por coronavirus.
En esta foto de archivo tomada el lunes 29 de julio de 2019, la líder del sindicato de la Alianza de Médicos, Anastasia Vasilyeva, habla con periodistas en un hospital después de que el político opositor Alexei Navalny fuera dado de alta, en Moscú, Rusia. La policía rusa detuvo a activistas que intentaban llevar equipo de protección a un hospital el jueves 2 de abril de 2020 en medio del creciente brote de coronavirus y los informes generalizados de escasez de máscaras y trajes de materiales peligrosos. © Foto AP, archivo
La doctora rusa Anastasia Vasilyeva, líder de un sindicato de profesionales médicos, también se buscó problemas por denunciar debilidades en la preparación del sistema de salud para luchar contra la COVID-19. Y los periodistas Darvinson Rojas (de Venezuela) y Mamne Kaka Touda (de Niger) fueron encarcelados por alertar de casos de coronavirus en sus respectivos países. Ambos ya están libres (Darvinson de manera provisional) y podemos decir con orgullo que Amnistía Internacional tuvo algún impacto en esta buena noticia.
Así como a nivel individual reprimimos el envío impulsivo de información chocante no verificada, inhibimos el insulto en arameo al covidiota de turno (dícese de la persona que comete irresponsabilidades que perjudican a los demás), e incluimos una pregunta por la salud del interlocutor en cada comunicación, en Amnistía Internacional estamos queriendo (llevamos tiempo ya) enseñar a nuestros mandatarios a defender y respetar la libertad de expresión. Nos costará, pero vamos a persistir.