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© Giorgos Moutafis

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Atrapadas en Quíos

8.500 personas refugiadas

Turquía devolvió a personas solicitantes de asilo y refugiadas a los conflictos de Afganistán, Irak y Siria

atrapadas en la isla de QuíosLas condiciones en Dipethey otros campos de Quíos son vergonzosas: los refugiados y sus familias duermen a la intemperie, expuestos al calor y la lluvia. Pese a los esfuerzos de los voluntarios, los alimentos no alcanzan y las condiciones higiénicas son terribles. © Giorgos MoutafisLa mayoría de las personas abandonadas a su suerte en las islas griegas son familias, entre ellas muchas madres que viajan solas con sus hijos. Pese a que las condiciones de vida son miserables, a menudo su mayor fuente angustia es la falta de información. El procesamiento de las solicitudes de asilo es dolorosamente lento y abundan rumores que las hacen temer por su futuro.
© Giorgos Moutafis


Los niños y niñas volverán a dormir al raso esta noche en Quíos y en otras islas griegas, pero al menos están con sus familias. Otros niños y niñas deambulan solos por las calles de Quíos, desprotegidos y expuestos a toda clase de peligros. Según cifras de la ONU, los niños y niñas representan casi el 40 % de las personas refugiadas y migrantes que llegan a Grecia.
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Hani, de Siria, tiene 31 años y llegó a la isla griega de Quíos el 20 de marzo, día en que entró en vigor el acuerdo UE-Turquía. Abandonado allí a su suerte desde entonces, duerme al raso junto a otras familias en el campo informal de Dipethe. Su familia sigue en Siria. “Los llamo todos los días para comprobar que siguen vivos”, dijo. © Giorgos Moutafis

Hani estudió económicas en Siria y sueña con terminar su máster de Derechos Humanos en Europa. Se siente agradecido por la solidaridad del pueblo griego, pero dice que el miedo a ser devuelto forzosamente a Turquía “le hiela el corazón”. © Giorgos MoutafisLa periodista afgana “Shirin” (nombre ficticio) dice que una vez le dispararon los talibanes. Pero, pese a que huyó de su país buscando seguridad, ahora vive constantemente atemorizada en un mísero campo de personas refugiadas en Grecia. “Aquí tampoco me siento segura. Tengo tanto miedo que por la noche nunca salgo de mi habitación”, dijo, citando los numerosos presuntos casos de acoso verbal y sexual contra mujeres en las islas griegas.© Amnistía InternacionalAhmad trabajaba de ingeniero en Siria. Salió del país junto con su padre, Mohamed, huyendo de la guerra y llegó a Grecia a través de Turquía hace un par de meses. Su ansiedad está aumentando de forma espectacular por la falta de información y la lentitud del procedimiento de asilo © Giorgos MoutafisAhmad y su familia rompen el ayuno durante el ramadán en el campo de Souda. Después de más de dos meses abandonados a su suerte en Quíos, tratan de mantener el optimismo. La guerra de Siria hizo añicos su futuro; ahora Ahmed espera que sus hijos puedan seguir estudiando de forma segura en Europa. La idea de que los devuelvan a Turquía los hace echarse a temblar: en enero de este año, la policía turca obligó a su hermana y a la familia de ésta a regresar a Siria, y sus hijos recibieron ataques de habitantes locales por el hecho de ser sirios. © Amnistía InternacionalMohamed, de 78 años, era profesor de inglés en Siria. Él y su esposa, Siham, siguieron al resto de la familia en el peligroso viaje a Europa, e intentan apoyarla en todo lo que pueden. © Giorgos MoutafisTiendas en una playa cercana al campo de Souda, en Quíos. Las personas refugiadas viven durante meses en tiendas como éstas, mientras esperan a conocer la decisión sobre su solicitud de asilo. Mientras tanto, la amenaza de la devolución a Turquía acecha.© Giorgos MoutafisUna de las pocas ocasiones en que Ahmad y su familia se relajan junto al mar en Quíos. La angustia y la incertidumbre sobre su futuro, combinadas con las malas condiciones de vida, convierten su vida cotidiana en una lucha. Pero a Ahmad aún se le ilumina el rostro cuando habla de sus hijos: Razan, de 8 años, Osama, de 12, y Yaman, de 10. © Giorgos MoutafisDos hombres cenando junto al campo de personas refugiadas de Souda, en Quíos. Las comidas las proporcionan voluntarios locales e internacionales, pero sus recursos se están agotando. Esta solidaridad contrasta enormemente con la decisión de la UE de cerrar la puerta a las personas refugiadas en el momento en que más ayuda necesitan.© Giorgos Moutafis

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