Cada vez que entro y salgo de casa por el garaje, la mirada se me va, encendida, hacia una bicicleta que está en la esquina.
Mirar esa bicicleta me trae recuerdos dolorosos de mi hijo pequeño Ali Mohammed al-Nimr, que ha sido condenado a muerte y podría ser ejecutado de forma inminente en mi patria, Arabia Saudí.
En nuestras cabezas, lo vemos todos los días: en las escaleras del sótano, donde solía ir cuando se aburría, saltando dos o tres escalones de golpe. Lo vemos en la puerta de casa, en la cocina, en el cuarto de estar, en el jardín o en la habitación azul, donde le gustaba estar algunos ratos solo.
Por órdenes recibidas, un juez lo condenó a muerte bajo un pretexto religioso. Escuchar la lectura en voz alta de semejante condena fue aterrador para el muchacho. (...) Todo el mundo quedó estupefacto por la sentencia. Su madre sufrió un colapso y se desmayó tras oír la noticia.
Es una víctima de políticas dementes y del sectarismo. Ya es hora de que cesen definitivamente estas políticas discriminatorias en nuestra querida y amada patria
Nota: Esta entrada de blog se publicó originalmente en Newsweek.